En las adversidades sale a la luz la virtud


“En las adversidades sale a la luz la virtud”, Aristóteles dixit. Esta frase pronunciada por primera vez hace tantos siglos tiene plena vigencia en el día de hoy. Si la política de RSC de una organización se plantea como una acción publicitaria para comunicar una serie de buenas intenciones y no va más allá, entonces en épocas de crisis se presenta como un gasto del que hay que prescindir para sobrevivir. De la misma manera, si una empresa todavía no “practica” la RSC, tampoco se plantea hacerlo en épocas difíciles, porque piensa que es un gasto superfluo. Por desgracia esta es la actitud de muchas organizaciones que todavía no se han convencido de que la única manera de sobrevivir en el medio y largo plazo es operar de manera sostenible. No hacerlo así es lo que vulgarmente se resume en la frase “pan para hoy y hambre para mañana”.
Pues se trata justamente de todo lo contrario, si se entiende la RSC como lo que es: un elemento imprescindible y nuclear en la estrategia de negocio de una empresa. Si lo que se procura es la satisfacción de todos los grupos de interés, se mantienen canales de comunicación adecuados y se conocen sus necesidades, es mucho más difícil sucumbir ante vaivenes de los mercados, que actuando de la forma contraria. Veamos algunos ejemplos:

  • Empresa de construcción de viviendas: puede que le haya dado una importancia desmedida a las necesidades de sus accionistas frente a las de sus clientes, no pudiendo hacer frente a los compromisos adquiridos con sus proveedores de capital, ante una disminución de la demanda. FRACASO
  • Empresa de producción de bienes tangibles: quizá haya realizado un ERE para disminuir costes de personal, pero se ha deshecho de los trabajadores más cualificados y con mayor antigüedad, como consecuencia de lo cual la calidad de sus fabricados ha disminuido, añadiendo este inconveniente a la merma en la demanda. No ha atendido suficientemente las expectativas de sus empleados. FRACASO
  • Empresa de servicios financieros: es un caso parecido al primero. Intentando satisfacer a sus propietarios y accionistas, ha desatendido las necesidades de sus clientes, a los que ha intentado convencer de la oportunidad de la realización de operaciones de dudosa conveniencia para ellos. Aquí se puede haber sumado también el efecto publicitario comentado anteriormente, también conocido como greenwashing. FRACASO
  • Empresa de distribución de productos de consumo: escucha a sus clientes, manteniendo una política de precios bajos, logra la implicación de sus empleados con acciones sociales bien definidas y altísimo porcentaje de empleo fijo, no presiona en exceso a sus proveedores, ni busca alternativas más económicas pero de peor calidad. ÉXITO
  • Empresa de distribución de productos textiles: atiende las necesidades de sus clientes, pero a nivel mundial, siendo capaz de servir lo que demandan, a los precios que éstos esperan. También aplica políticas sociales muy concretas, como reparto de acciones entre los empleados, y otras. En el ámbito de su cadena de valor, promueve la contratación de personal nativo de los países en los que opera, y no discrimina en razón del sexo. ÉXITO

Estos ejemplos constituyen casos extremos e idealizados. La realidad presenta muchos más matices y es más compleja. Lo que es indiscutible es que la sostenibilidad de las empresas no depende de acciones que se realizan o no, según la evolución de los mercados, sino que es función de compromisos mucho más profundos.

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