RRHH y Relaciones Laborales

El desempleo es una preocupación social de primer nivel, y para atajarlo se necesita de una visión conjunta y a largo plazo de empresas e instituciones con responsabilidad social

Las administraciones públicas son las primeras que pueden prever los cambios sociales que provocan el desempleo estructural, ese que perdura en el tiempo, y tienen la responsabilidad de prevenirlo. Esa es una de las funciones de su Responsabilidad Social Corporativa (RSC), que además le viene dada por su naturaleza pública. La responsabilidad social de las organizaciones públicas es su razón de ser genuina, así que no debería ser extraño encontrar instituciones que tengan implantado algún modelo para gestionar y validar su RSC, pero sí lo es.

El desempleo estructural es el que se produce por desajustes entre la oferta y la demanda de trabajo. Aparece cuando las empresas no encuentran los perfiles profesionales que buscan en calidad o en cantidad, o cuando los demandantes de empleo no tienen el perfil que las empresas necesitan o hay demasiados candidatos. Da igual desde qué lado lo miremos. Este tipo de desempleo es el más preocupante porque se mantiene en el tiempo y su resultado es siempre el mismo: paro y pobreza para toda la sociedad.

Pero la evolución social que genera ese desempleo es lógica, inevitable, y lo más importante: es previsible. Para preverla hay que estar atentos a los cambios que se producen porque dan una valiosa información para adaptarnos con éxito a esa evolución social en la que el desajuste del mercado laboral es una advertencia de que no se están haciendo bien las cosas.

En el primer puesto de los aceleradores del cambio social están los constantes y cada vez más rápidos avances tecnológicos que están transformando el concepto del trabajo que hemos conocido. Hay muchos otros: los cambios culturales, nuevos estilos de vida, tendencias de gustos de consumo, problemas ambientales, cambios demográficos… Todo lo que ocurre -y ocurre mucho y cada vez más rápido- impulsa nuevas conductas, nuevos consumos y nuevas necesidades que pueden ser cubiertas por nuevas actividades.

Por eso no tiene sentido que no tengamos en cuenta los cambios que se nos avecinan a la hora de construir la sociedad que queremos, como mínimo para evitar consecuencias tan negativas como el paro de nuestros jóvenes, y muy especialmente pare evitar el que se deriva de que se estén formando para aquello en lo que no van a poder trabajar.

Una de las teorías publicadas por el Foro Económico Mundial el año pasado advirtió de que en 2020 se habrán perdido hasta siete millones de empleos. Hay listas de profesiones que van a desaparecer. La causa principal serán los cambios tecnológicos, los mismos que motivarán la creación de otras profesiones. Así que el éxito será de los que sepan mirar y prepararse.

Robots, coches autónomos, impresoras 3D, inteligencia artificial, monedas de intercambio virtuales, telediagnósticos de salud, e incluso intervenciones médicas teledirigidas… Casi la mitad de la población mundial está multiconectada a la red, y eso no es gratuito para el mercado laboral. Todos los sectores se están reinventando, y ahí nace la oportunidad.

Aprovechar esa oportunidad pasa, según todos los estudios y el mismísimo sentido común, por adaptar la educación y la formación desde edades tempranas, y preparar a los más jóvenes para las profesiones que realmente van a ser necesarias, algunas de ellas que hoy nos parecen juegos o que ni siquiera alcanzamos a imaginar.

Responsabilidad a ambos lados

Hasta ahora, lo más evidente que estamos haciendo como sociedad ante este problema que amenaza sobre todo a las nuevas generaciones es trasladarles a éstas la responsabilidad. Es una percepción que tengo porque veo multitud de frases dirigidas a los jóvenes del tipo: «Debes ser creativo»; «crea tu propia marca»; «la alternativa es emprender tu propio negocio»; «debes tener claro tu objetivo»… ¿Les suena?

Y que no haya malentendidos: he dicho lo más evidente, no lo único. De hecho, son mensajes muy importantes, pero me da la sensación de que no exigimos lo suficiente a la otra parte, a las empresas e instituciones, especialmente a las públicas, que pueden ver las tendencias sociales y laborales y están obligadas a hacer algo con toda esa información.

Necesitamos adaptarnos como sociedad a todos estos cambios y prepararnos bien. La solución al desempleo estructural necesita, por tanto, de una apuesta conjunta y estable de todos los agentes sociales: administraciones públicas, empresas, universidades, organizaciones empresariales y sindicales, ONG e incluso las escuelas. Todos hablando con todos para alcanzar un pacto con visión de futuro, que cuente con la opinión, las expectativas y la experiencia de todos los interesados, y que implique la puesta en marcha de planes de acción de calado y coherentes que perduren en el tiempo.

Esto supone que cada sociedad, en nuestro caso la de Huelva, decida qué modelo económico, social y ambiental quiere, prevea en qué sectores se le cierran o abren oportunidades, calcule el coste social y ambiental de todo eso, y se ponga manos a la obra. Y quién mejor que las instituciones que elegimos y costeamos entre todos para fomentar y dar respuesta a ese productivo diálogo. Es lo que está en la naturaleza del servicio público. Es su Responsabilidad Social Corporativa.

Por eso no se me ocurre mejor herramienta que la RSC aplicada desde las instituciones públicas. Porque si la RSC consiste en rentabilizar la comunicación con todos los públicos de interés y en definir objetivos sostenibles, quiere decir que el modelo ya lo tenemos. Solo faltaría sentarse a ponerlo en práctica con visión a largo plazo. Más largo plazo que una legislatura.

Fuente: http://www.huelvainformacion.es

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